Me encanta rayar libros
Cuando me pongo a estudiar para una asignatura, me encanta sacar en préstamo los libros de la biblioteca. Son la mejor opción para acceder a los manuales, pues suelen ser muy costosos, y en la biblioteca me salen gratis.
Cuando me llega la notificación de que el libro está en el mostrador, lo recojo y me lo llevo a mi mesa favorita, donde los rayos del sol no me molestan en el rostro, pero me mantienen la espalda cálida.
Cojo mis mejores subrayadores, lápices y bolígrafos, y me pongo con la tarea.
Mi parte favorita de leer un manual, es rayarlo entero. Subrayar lo esencial, aunque no tenga ni idea, dejando el libro entero hecho un cuadro. Me emociona el pensar que le estoy arruinando la lectura a todas las personas que sacarán el mismo libro de la biblioteca. Tiene algo de emocionante el imponer lo que considero relevante en un libro, y obligar a todos a estar de acuerdo. Porque claro, ¿Qué hay mejor que una lectura en la que ya esté marcado lo importante?
Al rayarlo, le ahorro la tarea al siguiente lector de tener que pensar. Simplemente debe seguir lo que he señalado de modo tan altruista. Aunque claro, si no quiere hacerlo y prefiere decidir por sí mismo qué es lo que le interesa del texto, tampoco podrá, pues es imposible ignorar líneas y comentarios en la página. En cada. bendita. página.
Los libros, también funcionan como una hoja en blanco donde puedo hacer alarde de mis habilidades artísticas. Con una carita feliz, expreso la alegría que me da enterarme de poco; y con corazones, le declaro mi amor a Nietzsche, aunque lleve más de cien años muerto y nunca vea esta copia ni este libro.
Muchas veces, estudiar me agota. Se me cierran los ojos como en automático y las palabras se vuelven poco a poco menos comprensibles. Además, al combinar el cansancio con los resfríos que me genera el invierno, termino la jornada agotada. Hay quien al sentirse así, se toma un café, hace una pequeña siesta, da un paseo o simplemente se va a casa. Sin embargo, a mí me gusta que quede constancia de mi estado en papel. ¿Qué mejor sitio que el libro que decenas de alumnos van a usar después de mí?
Para contrarrestar el cansancio, dependiendo de la tarea, me gusta estudiar con la compañía de una buena pieza musical. Los hay quienes estudian con música clásica, canciones instrumentales, o canciones sin letra para poderse concentrar, como las de lo-fi. En mi caso, prefiero estudiar con las canciones populares de la época. No hay nada que grite “filosofía” como “Cry Me a River” de Justin Timberlake. Como he descubierto que estas dos van tan bien juntas, decidí poner una línea de la canción en el libro, para que la siguiente persona que lo lea pueda disfrutar de esta combinación tan acertada.
Cuando estoy muy metida en el texto, incluso me da por hacer chistes con lo escrito. Tengo algo de comediante en mí. Continuando con mi gran altruismo, no solo hago apuntes y recomiendo canciones a los siguientes lectores de un libro, en el propio libro; también dejo escrito chistes textuales. Ya saben, si se encuentran a alguien muerto de la risa mientras lee un manual sobre Derrida, es probablemente por mis grandes aportes cómicos.
Una vez termino de destrozar el libro, con sus páginas llenas de garabatos ridículos y apuntes erróneos, lo llevo al cajón de devoluciones. Al pasar por en frente del mostrador, veo que hay marcadores de páginas para quien quiera, y cómo no, cojo uno. ¡Qué bonito es! Imitaron justo cómo estudio. Tiene algo que no entiendo muy bien, el #leelimpio. Seguro es una campaña para leer obras y esforzarse en que la mente te quede vacía después. En ese caso, ¡leo muy limpio!